
Uno de los placeres que he recuperado de mi vida de narradora es elegir un libro de cuentos antes de ir a dormir y abrirlo al azar en busca de una historia que me enamore lo suficiente como para querer contarla. Sin embargo, estos días en mi casa hace tanto frío que elijo libros electrónicos para poderlos leer bajo el edredón. Así que cada noche doy gracias a Michael Hart, inventor del libro electrónico y creador del Proyecto Gutenberg, y me paseo por esta fantástica biblioteca virtual de dominio público para elegir algún volumen de cuentos antiguos y gozar de mi hora del cuento. Esta semana me ha robado el corazón una recopilación de cuentos iroqueses, Stories the Iroquois Tell Their Children, de Mabel Powers, bautizada como Yeh sen noh wehs, quizá la persona blanca que mejor conoció los cuentos populares de la Liga de las Naciones. La edición digitalizada cuenta además con ilustraciones de los cuentos y de objetos de la cultura iroquesa, y está ratificada por las firmas de los jefes de la nación séneca, onondaga, tuscarora, oneida, cayuga y mohawk.
El libro incluye historias que revelan la profunda conexión con el entorno de los iroqueses, junto con referencias a los cambios provocados por el hombre blanco. Pero lo que más me ha llamado la atención es el tabú que rodea a la hora del cuento, algo muy común en muchas culturas, determinado por su modo de vida, y que en este caso lo establecen los Jo gah oh (la “gente pequeña”), los seres mágicos de sus cuentos maravillosos. A continuación os traduzco un fragmento para que os hagáis una idea:
“Los antepasados decían que hace mucho, mucho tiempo, la Gente Pequeña estableció por ley que no podían contarse cuentos en verano. El verano es para trabajar. Las abejas elaboran la miel. Las ardillas almacenan frutos secos. La gente cultiva y cosecha el maíz. Los árboles y las plantas deben dar hojas, flores y frutos. Si se contaran historias, las plantas, los pájaros, los animales y las personas tendrían que dejar sus tareas para escuchar. Eso se traduciría en malas cosechas y hambre. Los animales se olvidarían de hacer crecer sus abrigos de invierno y de refugiarse en sus madrigueras. Los pájaros se olvidarían de emprender a tiempo su viaje hacia el sur. Los antepasados decían que el narrador que desobedeciera esta ley de los Jo gah oh sufriria alguna desgracia. El invierno es el momento de contar cuentos, pues entonces las tareas de los animales, las plantas y las personas ya han finalizado, y la Gente Pequeña está adormecida.
No, no es seguro contar cuentos en verano. Podría ser que un pájaro, o una abeja, o una mariposa estuviera escuchando y fuera a contárselo al jefe de la Gente Pequeña. Si el jefe de la Gente Pequeña se ofendiese, podría hacer que al narrador le sucediera algo horrible. El verano pasado, la escritora de este libro estuvo muy a punto de ser transformada en un animal, o en algo peor, por el mero hecho de contar cuentos. Así se lo dijo un indio venerable. Ella misma no sabe cómo pudo escapar. Cree que quizá se deba a que es una india blanca. Esto fue lo que pasó.
Era la época de la Luna de la Cosecha. Yeh sen noh wehs habló a una de las tribus en su Casa del Consejo, y contó algunos de estos cuentos maravillosos.Todo fue bien hasta medianoche. Entonces un indio muy mayor se le acercó para advertirle del peligro que corría. Había estado presente en el Consejo de aquella noche y la había escuchado contar las historias, de las cuales conocía algunas. El hombre confesó a Yeh sen noh wehs que pensó que la vería transformarse en alguna cosa en cualquier momento. Le dijo que él no se habría atrevido a contar ninguna historia. “¡No, no, tengo miedo, pasaría una desgracia!” le dijo.
Luego quiso averiguar si Yeh sen noh wehs era india de verdad. Le habían dicho que era una india blanca, pero cuando la escuchó contar historias, pensó que era una india de verdad. Cuando Yeh sen noh wehs le dijo que ni una sola gota de sangre india corría por sus venas, la miró con solemnidad. Finalmente, habló. Le pidió al intérprete que le dijera, ya que él hablaba muy poco inglés, que el Gran Espíritu había hecho a la serpiente, serpiente; al zorro, zorro; a la rata almizclera, rata almizclera; al mapache, mapache; al oso, oso; al indio, indio y al indio blanco, indio blanco. Cada cual debía ser serpiente, zorro, mapache, oso, indio o indio blanco tota su vida. Cada cual debía ser él mismo.Entonces el anciano preguntó a Yeh sen noh wehs qué tipo de enfermedad padecía para ir de un lado para otro con una pluma en el cabello, como si fuera india, cuando en realidad era una india blanca. Yeh sen noh wehs no supo qué responder. Y a día de hoy aún no sabe qué la salvó de ser transformada en conejo, saltamontes o algo peor, por el jefe de la Gente Pequeña. Pero lo que sí sabe es que está muy contenta de poder contaros estas historias a vosotros durante EL INVIERNO.”
Así pues, aprovechad a leer y contar estas historias ahora que aún hace frío. O bien guardarlas para el verano, si queréis experimentar alguna transformación.
Buenas noches y buenos cuentos.
Oh, qué bonito. Gracias Susana por la traducción de ese diálogo sobre el tabú de contar en verano. A veces pienso que yo también lo tengo… Abrazos.
¡Gracias Estrella! Para mí en verano sería tabú contar cuentos de día, pero no de noche. Precisamente esta semana estuvo en la Biblioteca de Figueres la escritora Nadia Ghulam contando cuentos de su tierra, y nos dijo que en invierno solían contar alrededor del brasero, y en verano subían los colchones al techo de las casas para contar bajo las estrellas. Me encantó la idea.