Hoy ha sido una mañana intensa, con dos funciones de La dansa del colibrí en el Caixaforum de Barcelona que me han devuelto de nuevo a las tierras donde ver revolotear un colibrí es un milagro hermosamente cotidiano. Sigo el relato de mi paso por Celaya allí donde lo dejé.
Viernes 23 mayo
De mañanita sale una nueva expedición de narradores rumbo a León. Me hace ilusión compartir contada con Janet Pankowski, de DF, y con Francisco Javier Casas, de Cuba, pues hasta ahora no hemos coincidido los tres, y allá vamos, con Marié y Beto, a la Escuela Rural José María Morelos. Al llegar todos los alumnos están en el patio, ensayando un baile de fin de curso; parecen cohibidos ante nuestra inesperada presencia. Nos recibe el personal de la escuela: es la primera vez que se organiza una contada en el centro, así que van un poco despistados sobre el cómo, el dónde, y el cuándo. Resulta que el único «dónde» posible es el patio de la escuela, que dentro de poco se verá invadido por un radiante sol.
Los profesores ya van acomodando a los alumnos, mientras Janet, Javier y yo nos
organizamos. Una profesora me pregunta si quiero ir a echar un vistazo a otra pista deportiva de la escuela, donde hay una pequeña grada, por si resulta más adecuada, pero al examinar el lugar calculo que entre que trasladamos a los alumnos allí, el sol también se habrá apoderado del trocito de sombra que hay ahora. «Cuentos cortos», me digo a mi misma, viendo el sol y recordando el consejo de Laura Casillas días atrás en circunstancias similares.
Nos presentan y me lanzo con Ma Beauté, quizás porque veo muchas niñas de hermosas cabelleras negras, o quizás porque el calor me hace pensar en Haití… el caso es que este cuento ha surgido con mucha facilidad estos días, y ahí va de nuevo Ma Beauté, por el camino del río, y por un momento nos olvidamos del sol.
Janet toma el testigo y se gana la complicidad de los alumnos más mayores que están allí, como quien no quiere la cosa, cubriéndose con las libretas del sol abrasador. Todo encuentra su lugar en el cuento del zapatero prodigioso de Marina Colasanti, incluso los
ires y venires de algunos alumnos. Y me viene a la memoria una canción yiddish de un zapatero del libro Cancioncillas del jardín del Edén, que encajaría perfectamente en la historia, y así se lo hago saber luego, pues compartimos el gusto por incorporar cantos a los cuentos. Luego Javier le sigue con un cuento sobre la necesidad de no poner límites a la imaginación en la escuela que me da mucho que pensar.
Mientras Janet y Javier cuentan, me escabullo para fotografiarles en plena acción, y eso no pasa desapercibido a la mirada atenta de Beto, que me inmortaliza de fotógrafa infiltrada entre los niños. Cerramos la contada con la canción haitiana Papiyon volé, y hacemos volar, bailar, saltar y girar las mariposas, con la ilusión de que los revoloteos despierten una brisa refrescante.
Al acabar nos hacen entrega de un diploma,
y hablando con el profesorado, nos dicen: «Ahora ya hemos visto lo que es contar cuentos, lo que necesitan, para la próxima vez ya lo sabemos. ¿Pueden venir durante todo el año?».
Me alegro de ver cómo se van abriendo puertas, y aún con el cuento de Javier en la cabeza, pienso en todos esos profesores que sí apuestan por abrir un mundo de posibilidades a sus alumnos con los cuentos. Y se me antoja que una red de profesores motivados es una buena base y un buen punto de partida: son precisamente ellos los que pueden transmitir a sus alumnos el amor y el entusiasmo por la narración, y no sólo a sus alumnos, también al resto de equipo docente, para que los cuentos se vuelvan algo hermosamente cotidiano.
Después de la función y de dar una vuelta por el outlet de zapatos de León (aunque más bien nos dedicamos a charlar de nuestras cosas, y es que vemos que el tiempo de estar juntos y compartir se nos va acabando), comemos y nos vamos de vuelta a Celaya cantando alegremente como niños volviendo de excursión.
A las cinco me toca ir a contar al Plaza Galerías Tecnológico. Los centros comerciales me parecen un lugar bastante ingrato para contar, pues suelen ser espacios de techos grandes y reverberantes llenos de gente en movimiento donde los cuentos tienen pocas posibilidades de triunfar, pero si te acompaña un clown como Daniel Gallo, todo es posible. Jackye y su hija nos acercan en coche, y allí se nos unirá Verónica Solís. Durante el trayecto, Daniel me convence para hacer algún cuento o alguna cancioncilla juntos, y como es un enamorado del flamenco, le propongo acompañarme con el cuento encadenado del cabrito, un cuento sefardí antiquísimo que aún se suele contar (o más bien cantar) en la pascua judía, y ensayamos así, a lo espontáneo, en el coche, bajo la mirada fascinada de la pequeña Ariadna, la nieta de Jackye, que ya empezaba a imitar el palmeo.
En el centro comercial ya habían dispuesto multitud de sillas y un escenario, contábamos con técnico de sonido y la ayuda inestimable de Harlem, que nos atendió como si fuéramos de la familia: las muestras de cariño hacia Laura Casillas no cesan.
Animados con el éxito que ha tenido el cuento cantado en el auto, nos ponemos a probar qué tal suena el cuento guaraní del árbol mágico acompañado del ukelele. Eso de montar cosas en el último minuto no es lo mío, pero Daniel hace que todo parezca extraordinariamente sencillo, como un juego. Así que me animo a jugar. Y llega la gente, se hace la hora y empieza el juego.
Abre la sesión Daniel: cuenta con el público, juega con él, canta una canción en la que nos hace repetir las palabras «blanco» y «negro» a velocidad de vértigo, hasta trabarnos la lengua y matarnos de la risa. Mientras, fuera descarga un tremendo chaparrón, pero nosotros, ni caso. El tiempo, incluso el atmosférico, pertenece a otro lugar.
A continuación, Daniel me invita al escenario y cantamos el cuento del cabrito y después el cuento guaraní, y la melodía del «musá mucunsá muculunsá» suena muy chistosa al son del ukelele. Ya puede diluviar, si quiere. Verónica nos toma el relevo con el cuento de una elefanta en busca de la felicidad, y la verdad que los tres disfrutamos con la entrega del público. Para mí es algo sorprendente ver tamaña respuesta en un centro comercial, donde normalmente, por lo que he podido comprobar por mi propia experiencia, una sesión de narración por desgracia se plantea como una especie de reclamo comercial, sin otorgarle el valor que merece y sin tener en cuenta crear un espacio de encuentro propicio para que surja el cuento. Pero aquí la gente se ha desplazado expresamente para poder escuchar los cuentos y están ahí, con nosotros, llueva o truene. Y cuando los cuentos finalizan, al poco, como por arte de magia, la lluvia amaina.
Charlamos un buen rato con Harlem, nuestra anfitriona, de los cuentos y de la vida, y eso me hace pensar en que cada uno de nosotros estamos hechos de historias, en que nos contamos constantemente. Se me acerca una mujer para decirme que le han encantado los cuentos y me pide mi dirección para enviarme un cuento que escuchaba de pequeña y que le haría mucha ilusión oírmelo contar. «Con que me envíe un vídeo contándolo me conformo». Cosas así son las que me dan calorcillo en el corazón.
Ya casi es la hora de la gala de la noche, y como la lluvia ha hecho estragos en el coche de Malú y estamos cerca del auditorio, nos dirigimos allí a pie. Llueve un poco, se me encharcan los pies y tengo frío, pues cuando salimos del hotel hacía calor y voy en manga corta, y el frío me embota la cabeza y me saca el malhumor. Llegamos al Auditorio Municipal Francisco Eduardo Tresguerras y al entrar me quedo pasmada: es un auditorio enorme, me cuesta imaginar una sesión de cuentos eróticos en un espacio así, pero esta gala tiene mucho gancho y la gente acude en tropel.
Cuando aparece en escena nuestra Diana Tapia, me da ganas de quitarme el sombrero si usara uno, porque realmente impone respeto el lugar. Pero ella se dirige con naturalidad al centro del escenario y empieza a contar con aire coqueto; el técnico de luces consigue crear una atmósfera de intimidad, y aunque parezca mentira por las dimensiones de la sala, lo logra. Y ahí se van desgranando los cuentos y la visión del erotismo según cada cual: fantasía y un toque de humor en la propuesta de Laura Casillas, sensualidad en los boleros de los Tiliches del Baúl, sabrosura hilarante de la mano de Walter Díaz, exotismo elegante y picarón con Boni Ofogo… Acaba la función y ya no me acuerdo de la lluvia ni de mis pies mojados. Pero hoy sí que se hace notar el cansancio de la semana, así que aún con el saborcillo placentero de los cuentos, me excuso de la cena y me voy al hotel a descansar, pues mañana ya se acaba el festival.
Y a descansar tocan, por lo menos por aquí. Seguramente al otro lado del océano, los colibrís revolotean, y los cuentos también.