Feliz 2022
31/12/2021 - blogEste año a menudo me ha venido a la mente uno de los motivos que más me fascinan de los cuentos tradicionales: el de tener que caminar hasta gastar un par de zapatos de hierro. Suele aparecer cuando un personaje rompe un tabú: como castigo no conseguirá su objetivo hasta haber caminado tanto que gaste las suelas de unos zapatos de hierro, que ya es decir, o incluso varios pares (en algunos cuentos incluso se mencionan cien, lo cual es realmente una proeza).
Me imagino al personaje caminando sin cesar, con la impresión de que su sufrimiento no acabará nunca. Como inacabable parece también la pandemia y el alejamiento de una de las cosas que más amo del mundo, que es contar cuentos.
Sin embargo, el hecho de saber que en los cuentos el caminante siempre acaba por gastar las suelas de hierro y conseguir su objetivo tras muchas penalidades, te dota de una resiliencia a prueba de bomba. Pues incluso las situaciones más penosas pueden acabar llevándote hasta lo que estás buscando. De momento, ya nos ha llevado hasta final de año, y nada me impide compartir un cuento con vosotros. Y hablando de zapatos de hierro, en esta ocasión he elegido un cuento de animales que calzan zapatos de hierro y los gastan con bastante regularidad que espero que os guste:
Dicen que había un campesino que tenía un caballo muy viejo en sus campos, y un día el caballo huyó a las montañas.
― ¡Qué mala suerte! ―le dijeron los vecinos al saberlo.
― Mala suerte, buena suerte… ¡Quién sabe! ―respondió él, desconcertando a todos.
Una semana después, el caballo volvió de las montañas… seguido de una manada de caballos que se quedaron en las tierras del campesino.
― ¡Qué buena suerte! ―dijeron los vecinos.
― Buena suerte, mala suerte… ¡Quién sabe! ―respondió el campesino.
A la mañana siguiente, el hijo del campesino intentó montar uno de los caballos salvajes: se cayó y se rompió una pierna.
― ¡Qué mala suerte! ―dijeron los vecinos.
― Mala suerte, buena suerte… ¡Quién sabe! ―respondió el campesino.
Unos días más tarde, el ejército entró en el pueblo y reclutó a todos los jóvenes para ir a la guerra, excepto al hijo del campesino, por tener la pierna rota.
―¡Qué buena suerte! ―dijeron los vecinos.
―Buena suerte, mala suerte… ¡Quién sabe! ―respondió el campesino.
Os deseo un año con buena suerte y buenos cuentos!
Estimada Susana, gràcies per aquest conte tan aixecador de moral. Jo també et desitjo les millors coses per aquest any desconegut que ens ve de cara. Vés a saber!
Una abraçada,
Teresa Arrufat