Dicen que en Japón, los niños salían a la calle al escuchar el grito de los vendedores de golosinas, que iban de pueblo en pueblo con su kamishibai, un teatrillo de madera con el que contaban cuentos. Después de contar uno, o dos, o tres y medio, y reunir un numeroso público, ofrecían su mercancía. Yo no lo he visto, pero me gusta imaginarlo. O aún mejor, hacer como si ocurriera, pero aquí. La semana que viene vuelvo a narrar cuentos con el kamishibai, este nuevo compañero de madera que me acompaña de vez en cuando para contar juntos. Y a lo mejor esta vez no iremos al ...